Mi cuerpo y el rechazo



No recuerdo si antes me gustaba, recuerdo sí que antes podía y quería hacer muchas más cosas de las que siento que puedo hacer hoy. Cuando pienso en él o lo veo así de buenas a primeras, siento rechazo. Él no me hace favores, y yo decidí hacer lo mismo con él porque evidentemente nos odiamos el uno al otro. Muchas veces lo lastimo o lo arruino sin darme cuenta, distraída, ocupada en algo más, en cosas que evidentemente me gustan más que él.

Quizás no me acuerdo si antes me gustaba porque antes me desagradaban solo una o dos cosas, como a la mayoría le ha de pasar, pero ahora es distinto porque el desagrado es total. No me gusta cómo se ve, no me gusta como se mueve ni cómo reposa, no me gusta como se siente, no me gusta cómo actúa, cómo funciona, no me gusta cómo duele, tampoco cómo se acomoda o desacomoda, su tensión, ni sus necesidades. No quiero que lo vean, no quiero que lo toquen, no soporto llevarlo a cuestas a todos lados sin poder abandonarlo. No puede hacer las cosas que quiero que haga, no puede verse como quiero que se vea, no puede usar las cosas que quiero que use, por una u otra razón. Esas razones son mías a veces, y a veces no.

Me pregunto dónde están las ganas, dónde está la voluntad para el sacrificio que hacer algo con él requiere. Me pregunto si es así siempre, si tendría sentido empezar por algún lado a transformarlo. No puedo plasmar en él lo que siento que soy, ¿es posible lograr tal fin sin padecerlo más primero? ¿Y me sentiré satisfecha después? Porque si voy a estar insatisfecha así como ahora, podría ahorrarme entonces un buen par de cosas, eso que todos llaman “proceso de cambio”. Por eso mismo a veces pienso que si pudiera no tenerlo, no lo tendría, ¿para qué? No siento conexión con él hace tiempo, mejor no tener nada. Sin embargo admiro y envidio en cierta forma a la gente que siente esas conexiones que yo evidentemente no siento, gente que se puede conectar con su lado material, quererse y hacerse todos los favores que no puedo hacerme yo, disfrutar todo lo que yo no puedo hacer.

Me aterra además que su fin signifique inevitablemente el mío, que si no funciona él yo tampoco pueda hacerlo. Me aterra que aunque yo me sienta así, otros considerarían que no está tan mal, porque da terror pensar que pueda ser peor de lo que ya siento que es, y que es mi culpa si se vuelve peor. No quiero tener el deber de cuidarlo y la necesidad de quererlo, porque en este punto no sé si quiero que sea mío, y me parece un castigo que eso no sea una decisión que puedo tomar sin comprometer mi existencia.

Si me planteo el escenario que acabo de describir, pienso entonces que quizás si no lo tuviera nadie me vería, también pienso que eso puede estar bien y que no lo necesito, quizás solo necesito que de vez en cuando me lean. Pareciera que solo en esa parte, la que voluntariamente puedo sacar de mí, soy yo, y que si es por la otra parte, hasta yo elegiría no verme. También entiendo que es difícil encontrarse y leer estas cosas que yo digo, nadie quiere, así como yo no quisiera sentirlo. A pesar de que quisiera vivir en una forma más simple y agradable, no puedo dejar de pensar este tipo de cosas en ningún momento, y “estas cosas” se tienen que sacar. Entonces trato de, al menos, no dar tanto miedo.


Porque es terrible sentir que das asco por una parte, y en la otra das miedo.


Lo sé porque yo siento las dos cosas.

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